martes, 11 de octubre de 2016

QUERIDO DIARIO...


Con estas palabras hemos comenzado nuestro diario de adolescencia, en el que compartir secretos, vivencias, sentimientos que eran difíciles de explicar. Algo parecido podría decirse de un blog, al menos de uno de las características del mío, la necesidad imperante de poner por escrito sentimientos y emociones.



Recientemente leí un artículo sobre los diarios y su preciado contenido que aun a día de hoy sigue siendo guardado como oro en paño por sus propietarios. Asociamos el escribir un diario a las jóvenes adolescentes, y probablemente sean las más asiduas consumidoras, quizás las mujeres tengamos una mayor necesidad de poner por escrito esas cosas que nos ocurren o perturban nuestra calma, o del amor y del enamoramiento que nos hace flotar. Sin embargo no son pocos los escritores que han publicado sus diarios exponiendo sin pudor sentimientos, aunque también hay otros que simplemente lo escriben para entender más claramente sus emociones, supongo que al ponerlo por escrito es como vaciarse y recuperar la calma, ordenar ideas colocando  en carpetas del disco duro de nuestro cerebro, bueno yo al menos lo veo así.

Lo reconozco, yo llevé de jovencita un diario, pero por desgracia no tenía candado, era una simple libreta que más de una vez fue a caer en las manos equivocadas obligándome a crear un lenguaje inventado que se tomaron la absurda molestia de descifrar. Mi inocencia, (contaba con once años), fue duramente zarandeada. 

Escribir un diario nunca pasará de moda, al fin y al cabo se siguen vendiendo diarios, esos con candadito y una llave que cuelgas a tu cuello.


Deja que te cuente mis confidencias
que te hable de lo profundo, lo escondido,
lo oscuro, lo que la luz oculta.
Deja que te hable de lo recóndito de mis riñones,
de lo prohibido, de lo que no se puede explicar
de lo silente, de lo que nadie entiende
de lo que todos juzgan.
Deja que te cuente mi fiel aliado
de las marcas en mi alma
las candentes, las que duelen,
las que aun no han cicatrizado,
las que él lame para sanarlas.
Deja que te hable sin pregones
ni respuestas al inquisidor.
Guarda todo lo que callas
en el punto final.