sábado, 8 de abril de 2023

UN MUNDO SIN FIN

Segunda entrega de esta saga que me ha apasionado como la primera Los Pilares de la Tierra o incluso su precuela Las Tinieblas y el Alba. 

Maravilloso mundo de la Inglaterra medieval donde todo giraba en torno a inmensas construcciones como eran las catedrales y el enorme poder que los nobles ejercían junto al clero sobre el pueblo llano. 

Unos niños coinciden en el bosque  y mientras jugaban ven cómo un caballero es perseguido por los hombres de armas de la reina. Esto les llevará a ser partícipes de un secreto que el caballero entierra junto a un árbol, un pergamino que debería ser entregado a un sacerdote el día que dicho caballero pereciera. Los niños hacen un juramento para jamás revelar lo acontecido en el bosque.

Con esta premisa, la historira te sumerge en la vida de estos niños y sus vidas de adultos con todos los devenires de la vida del S. XIV que para nada eran fáciles. Ser mujer y tener resolución te podía lleva a la horca o a la hoguera por brujería. Eso estuvo a punto de pasarle a una de nuestras protagonistas Caris, que en su afán de prosperar económicamente hacía pruebas hasta la infinidad, ensayo y error para dar con la medida exacta de los diferentes ingredientes que darían color a la lana que vendía una vez tejida. 

Por otra parte la peste que asoló la tierra dejando un reguero de muertos a su paso y la ignorancia sobre cómo evitarla nos recuerda mucho a lo que hemos vivido recientemente con la pandemia del COVID-19. Una vez más la novela nos muestra la reticencia de muchos al progreso, al empecinamiento por hacer las cosas como siempre se ha hecho en el campo de la medicina, una tarea que sólo los monjes y sacerdotes podían ejercer, recurriendo de manera reiterada a sangrías practicadas al paciente o a emplastes con excrementos humanos o de animales. ¡Cuánta ignorancia! Ni siquiera los que supuestamente eran conocedores de las Santas Escrituras sabían que los israelitas tenían que hacer sus necesidades fuera del campamento y enterrarlas con un instrumento de cavar evitando de este modo enfermedades. (Deuteronomio 23: 12, 13) 

Estos monjes y sacerdotes preferían torcer las Escrituras para su propio beneficio o leerlas al pueblo en latín de modo que solo ellos sabían lo que decían en las misas de esas gigantescas construcciones que lo único que hacían era alimentar su propio ego.

A pesar de sus más de 1000 páginas su redacción es tan amena y te mete tan de lleno en la historia que sin duda se difruta. 

Me tomaré un receso de la época medieval y me decantaré por otro tipo de novela hasta que vuelva con la tercera y última entrega Una Columna de Fuego que espero me vuelva a llevar al medievo más profundo.