domingo, 5 de diciembre de 2021

EL ABUELO

Victor Manuel cantaba que su "abuelo fue picador allá en la mina, y arrancando negro carbón quemó su vida". Mi abuelo no trabajó en la mina  pero sí en el monte,  mi abuelo fue resinero.

No es el primer post que escribo sobre mis recuerdos de la infancia. En CINEFILIA AL AIRE también me retrotraigo a mis veranos en el pueblo. Y este es un homenaje totalmente naiv a mi abuelo Sabino, al que por desgracia conocí muy poco ya que vivíamos en diferentes provincias. 

Recuerdo con cariño ir con mi abuelo al monte, a los montes que  rodean un pequeño pueblo de la provincia de Ávila en  plena sierra de Gredos. Íbamos a recoger la resina que sangraban los pinos y al recordarlo me invade el olor que impregnaba el pinar. 

Hay dos olores que asocio a mis abuelos, dos olores de mi infancia, de las vacaciones en el pueblo, el aroma a resina en las excursiones con mi abuelo y el olor a pimentón que invadía la alacena de mi abuela Aurora. Cada vez que cocino con pimentón me traslado al pueblo, a la casa de mis abuelos.

Mis abuelos tenían habitaciones mágicas. La alacena con sus cazos y ollas colgados en ganchos en la pared y su esencia de pimentón. La habitación grande con arcones llenos de sábanas y colchas que mi abuela guardaba con primor. En esta habitación compartía cama con mi abuela y cada mañana mi abuela vareaba el colchón para repartir la lana. La habitación bonita, la más luminosa y la más coqueta, la que ocupaban mis padres. El desván lleno de cestos y trastos apasionantes o la bodega con pasadizos secretos y enormes tinajas donde mi abuelo fermentaba el vino. 

Son recuerdos de mi infancia que no quiero olvidar y con la percepción de una niña de diez años así lo quiero plasmar. 


Mi abuelo Sabino fue resinero

y a los pinos les robaba la resina por dinero.

Mi abuelo Sabino fue un abuelo de pueblo 

y con su boina calada 

acudía  a la plaza 

a sentarse en los poyos del mentidero. 

Mi abuelo Sabino fue resinero 

y a los pinos les robaba la resina por dinero. 

viernes, 16 de julio de 2021

A DOS METROS DE TI

 

"¿Puedes amar a alguien a quien no puedes tocar?"

Había oído hablar de este libro y tenía ganas de leerlo así que cuando mi hijastra (sé que suena fatal) se lo compró no dudé en pedírselo prestado. Esta novela escrita por Rachael Lipincott fue pensada para dar visibilidad a una de esas enfermedades raras que en la actualidad afecta a más de 2500 personas en España, a saber la fibrosis quística. 

La FQ es una enfermedad congénita degenerativa que hoy por hoy no tiene cura aunque la medicina ha avanzado tanto que pueden llegar a tener cierta calidad de vida. No obstante al final solo queda el  trasplante de pulmón. 

Esta enfermedad no me es totalmente ajena,  el hijo de mis mejores amigos padece esta dolencia y mientras leía la novela vi a mi querido Dan reflejado en el rebelde protagonista de la historia Will, que se resiste a seguir los tratamientos médicos que le ayudarían a sobrellevar la enfermedad.  Pero Will  conoce a Stella en el hospital, una chica que padece su misma enfermedad que es todo lo contrario a él,  meticulosa hasta la extenuación no se salta ni un paso de sus ejercicios de fisioterapia ni se salta una sola pastilla.  Y el amor llega inexorablemente por desgracia para ellos, ya que dadas sus circunstancias sólo pueden vivir su amor a dos metros de distancia. 

Para Dan hacer los diferentes ejercicios de fisioterapia eran tan sumamente tediosos que  entre todos le recordábamos la importancia de hacerlos y no saltarse ninguna medicación.  Hoy ya me recuerda a la joven protagonista de la novela, a Stella, responsable y escrupuloso en sus tratamientos. Felizmente casado vive con el incondicional apoyo de su esposa y por supuesto sus padres y hermano a la espera de un mundo mejor y libre de enfermedad. 

A dos metros de ti

es una eternidad 

que recorto en suspiros 

a un paso del abismo. 


A dos metros de ti

es la distancia 

que me niego a aceptar 

y recorto  en un taco de billar.

viernes, 23 de abril de 2021

EL ÍDOLO PERDIDO (Día del libro)


Hoy es el día del libro, un día que yo siempre esperaba con  ansia. Era el día de pasear por la carpa llena de puestos de libros dispuestos a hacerte soñar y viajar, imaginar y creer. Era el día de querer comprar todos los libros y sumergirte en sus páginas y hacer tuyas sus historias.  

Un año más no se podrá celebrar el día que apasiona a  los amantes de la lectura.  No podremos juntarnos ni sentir la magia de las letras.  Pero lo que sí nos ha permitido esta situación es  tener más tiempo para leer. Así que como no podía ser de otra manera os traigo una reseña de los primeros libros de una exitosa saga  que aunque ya goza de unos años no por ello es menos apetecible sobretodo si eres amante del misterio y la novela negra.

Os hablo de una serie de novelas protagonizadas por el agente especial del FBI Pendergast.  La primera novela El ídolo perdido nos sumerge en el mundo de las expediciones a civilizaciones extintas y las terribles consecuencias que  puede conllevar arrebatar algo que nunca debió salir de ahí.  Unos misteriosos y truculentos crímenes tienen lugar en el Museo de Historia Natural de Nueva York,  el imperturbable agente Pendergast se sumergirá hasta el sótano más profundo del museo para solucionar los terribles asesinatos. 

A esta historia le siguen unas cuantas más en las que  el misterioso museo tiene un papel protagonista, así como algunos de sus trabajadores. 

Son historias de miedo, miedo del bueno.  Seguramente en el cine no habría sido capaz de verla ya que de esta primera novela se hizo una adaptación al cine que  según mi chico es bastante mediocre por otra parte. Historias escritas a cuatro manos,  las de Douglas Preston y Lincoln Child.