Cuatro gatos negros y una pareja de cuervos rondaban cerca de mi silla.
Parecía que el negro fuera mi color.
Aquella mañana no había tomado café y eso nunca es buena señal,
era lo único de color negro que realmente necesitaba.
Pero los cuervos seguían rondando,
quizás intuían el brillo de mis ojos
cuando miro aquella vieja fotografía.
O tal vez intuían lo moribundo de mi corazón.
Los cuervos son así, les gustan las lentejuelas,
pero se alimentan de la muerte.
Son los cuervos de Allan Poe
que barruntan lo impreciso de tu amor
o la ausencia apresurada de una noche sin dormir.
Es mejor que el día se vuelva negro,
como una noche sin luna.
Y comenzar un nuevo día,
pero esta vez con un negro café.