sábado, 13 de junio de 2015

LAS LECTURAS DE LAURA

Cuando uno navega, bucea y surfea por la red se da cuenta de cuánto talento hay por ahí escondido. Auténticos artistas que lo más probable es que sean visibles sólo para unos pocos, quizás su círculo más íntimo. Normalmente esas personas son de carácter humilde, sin grandes pretensiones, que lo único que desean es disfrutar con su arte y en la medida de lo posible compartir esa pasión con otros. 

Hoy quiero compartir con vosotros un pequeño relato que una persona muy especial para mí, escribió. Rudy García Cerdeña es un bloguero de cine con el que tuve la inmensa suerte de colaborar, colaboración que por circunstancias que ahora no vienen al caso tuve que abandonar. Sin embargo recordaré esa etapa como una de las más satisfactorias de mi vida compartiendo pasiones difíciles de comprender para algunas mentes. En cualquier caso Rudy posee un talento del que él apenas es consciente y bien patente queda no sólo en las entradas de su blog sino también en este relato que con vosotros quiero compartir. Excelente escritor pero mejor persona ha robado mi corazón y he llegado a admirarlo y quererlo a partes iguales. Espero que os guste tanto como a mí.

"Laura cerró el libro que estaba leyendo; algo ya casi en desuso en una época en que la lectura se había trasladado casi por completo a los dispositivos electrónicos y el papel era una materia en vías de extinción igual que muchos negocios que hasta no hace tanto vivían de ello. También ella era usuaria de dichas tecnologías, pero ese día sintió la necesidad de leer aquel libro en concreto y de hacerlo como cuando era cría, como cuando su padre les leía a ella y a su hermano aquel y otros ejemplares, pasando cada página con sus dedos, sintiendo el papel y no una pantalla.

Su padre, postrado ahora en una cama de hospital —no dejaba de ser curioso que por mucho que evolucionara todo, aquellos recintos seguían teniendo siempre aquel olor aséptico que tanto detestaba—, desde hacía ya casi un año en un coma profundo del que, según todos los facultativos, y pese a las nuevas tecnologías jamás despertaría. Le decían que era una cáscara vacía, que no le escuchaba y que lo más humano y lo más lógico era dejarlo ir y seguir adelante pero ni su hermano ni ella se sentían aun con fuerzas para darlo todo por perdido y desconectarlo de aquel remedo de vida.

Hacía ya semanas que Daniel, su hermano, visitaba cada vez menos a su padre pero no lo culpaba. Verlo así no era fácil y a Dani, lo de hablarle, le hacía sentir tremendamente estúpido y se sentía incómodo e impotente sentado en una silla junto a la cama sin poder hacer nada más que esperar algo que no sucedería. Laura, en cambio, no solo le hablaba sino que le leía a menudo en voz alta, desde periódicos, pasando por novelas, hasta cómics que además describía como si hablara con una persona ciega y no con un ser en estado vegetativo.

El libro de ese día era tremendamente especial pues fue uno de los primeros “de verdad” que les leyó su padre, aparte de los típicos de “Dora” o “Mickey Mouse”, y que narraba las aventuras de un pequeño extraterrestre llamado “Doble P”. De niños, su padre les leía un capítulo cada noche, a veces dos si habían sido muy buenos o estaban muy tranquilos. Ahora, ya mayor, Laura comprendía que aquel hombre que cada vez ocupaba menos espacio en una cama pequeña pero que se hacía enorme a su alrededor, disfrutaba de aquellas lecturas tanto como ellos pero que llegaba cansado y con ganas de disfrutar de ese rato de relax, de una casa sin las adorables pero chillonas voces de dos niños que habían sido de armas tomar en muchas ocasiones. Solo cuando llegas a ser padre o madre lo entiendes y Laura lo entendía desde que cinco años atrás llegaran los gemelos a su vida.

Observó el libro buscando el punto donde había dejado de leer para retomar la historia y seguir con aquella tarea que nadie comprendía muy bien pero que todos respetaban. Usaba diferentes entonaciones según qué personaje hablara en cada momento, algo que a su padre jamás se le dio demasiado bien aunque ella siempre adoró el sonido de su voz cuando le escuchaba leer hasta, en algunas ocasiones, caer presa de los brazos de Morfeo.

Había avanzado unas pocas páginas cuando creyó oir un leve sonido, como cuando se rasca con las uñas la sábana de la cama. Observó a su padre pero sus manos estaban inmóviles sobre la blanca tela. Continuó leyendo y el ruido volvió a producirse, esta vez más claro, pero al mirar de nuevo hacia el lecho tampoco notó movimiento alguno. Quiso achacarlo a su imaginación pero no pudo evitar que un leve rayo de esperanza se colara entre las nubes de los últimos meses de su vida y, poniéndose de pie junto a su padre, volvió a leer, esta vez con un ojo en el libro y el otro en la mano de aquel hombre que ya difícilmente le recordaba a aquel de casi dos metros de altura y espaldas anchas y fuertes.

Poco minutos después descubrió la procedencia del sonido al ver la mano de su padre contrayéndose sobre las sábanas hasta formar un puño y volviendo a estrirarse. Sin perder un segundo, usó el botón de llamada que conectaba con el puesto de enfermería pero pasados unos instantes salió ella misma a la carrera buscando al personal del hospital para toparse en el pasillo con un joven con cara de haber sido interrumpido en algo importante. Este la acompañó a la habitación y la escuchó con cierto desdén pues no debía ser el primer familiar de un enfermo en estas circunstancias que creía haber visto algo tan imposible como una respuesta física en un cuerpo que era poco más que un recipiente vacío.

Ante la insistencia de Laura, el enfermero hizo unas rutinarias pruebas iniciales ante las que no se obtuvo respuesta alguna mientras esperaban que llegara el especialista. La mujer explicó lo sucedido por activa y por pasiva e incluso suplicó a los allí presentes que observaran ellos mismos aquel apéndice, que según ella había vuelto de repente a la vida tras meses inerte, mientras ella leía aquel libro infantil. Los dos médicos y el enfermero aguantaron pacientemente unos diez minutos hasta que comenzaron a mirarse nerviosos y con cierta incomodidad, pues todas las comprobaciones que se pudieron hacer fueron negativas. El cuerpo de aquel hombre no reaccionaba de ninguna manera y los tres pensaban que el agotamiento, el estrés y la necesidad de que aquello sucediera era lo que había hecho que la mujer imaginara algo que no había sucedido. Finalmente, disculpándose con Laura fueron abandonando la habitación, dejándola sola y frustrada, con lágrimas de impotencia rodando mejillas abajo.

Nunca se atrevió a contarle aquel episodio a su hermano, no quería hacerle más daño, pero durante las siguientes semanas, continuó llevando aquel pequeño libro y leyendo a su padre las mismas páginas una y otra vez, hasta saberse muchos pasajes casi de memoria; la mano jamás volvió a dar señales de vida. Todo el personal de aquella planta la miraba con esa pena con que se mira a la gente que está perdiendo un tanto la cordura pero ella sabía lo que había visto y nunca se rindió en sus intentos por lograr ese mismo efecto de nuevo. Por desgracia quien se rindió finalmente fue el corazón de su padre, que una noche, mientras ella dormía junto a su marido, decidió pararse sin más.

Laura siempre quiso creer que aquel suceso fue una especie de despedida y fue consciente de que quizá lo que les unió cuando ella era solo una cría, la lectura de aquella y otras historias, fue lo suficientemente fuerte para sobrepasar el velo que separaba a la mente de su padre, si es que aun quedaba lo suficiente de ella, del mundo que le rodeaba.

Aun hoy, años después de la muerte de su padre, el diminuto “Doble P”, cuyo libro aguanta a duras penas de una pieza, la acompaña en viajes interplanetarios con sus dos pequeños nietos, inspirándolos, como hiciera su padre con ella, a vivir e imaginar nuevas aventuras cada día al abrigo de las páginas de tantos y tantos libros."





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