martes, 14 de abril de 2020

CONFINAMIENTO

Se acabaron los paseos de la mano, las caminatas por la ruta del colesterol que nos ayudaban a sobrellevar nuestros particulares tormentos, los tuyos, los míos, los nuestros. Se acabaron las charlas de 10.000 pasos que nos permitían desahogar nuestras almas.

Me prometí no abandonarme y hacer ejercicio en casa, al fin y al cabo hay tutoriales en la red de personas incansables que te animan a no pararte; me duró menos de una semana. Un día me arreglé, me alisé el pelo, me maquillé y me puse el vestido amarillo que llevé el día de mi boda. La última boda que se celebró justo antes del estado de alarma. In extremis los novios y los testigos firmamos ante una concejala y un secretario asustados por lo que se nos venía encima. De esto hace un mes, un mes de locura, de cifras de muertos y miedos.

Ahora queda recorrer el largo pasillo hasta la puerta de salida, una salida que aún no atisbo a ver con confianza porque el pasillo es largo, muy largo. Me dan pena los niños que en su dulce inocencia no alcanzan a entender lo que está ocurriendo, confinados en las casas sin poder jugar en el parque. Me dan pena los que ya no están, que se fueron solos, sin despedidas, sin un último "te quiero". Pero también me indigno por culpa de ese vecino que sale seis veces a lo largo del día, a pasear a sus perros, a comprar el pan y luego a comprar la fruta y luego a comprar el periódico. Y me siento idiota por estar en casa, por cumplir escrupulosamente con las reglas convencida de que así salvamos vidas.

Nos han parado en seco y nos hemos dado cuenta de que somos una mota de polvo en una balanza, como saltamontes en la pradera del mundo. No somos tan poderosos ni tan listos ni tan autosuficientes, aún así oteo el horizonte esperando un futuro mejor, un mundo mejor, mientras tanto mantengamos la calma y mostremos confianza, esto pasará. 

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